

Nomen Nescio
Por: C.
21/11/2015
Hay un placer de permanecer en el anonimato: Una falsa armadura, una ilusión de libertad y una pizca de cobardía. Es que dejar de ser uno por un momento, a veces, constituye un gran alivio. Y con “dejar de ser uno” me refiero a llevar el nombre como distintivo antes que las ideas. ¿No es acaso el nombre el origen de todo prejuicio?
Hay algo sumamente incómodo en el proceso de identificación con el resto, y todo parte con responder un “cómo te llamas”. Siempre he tenido la sensación de que nadie pronuncia el nombre propio como uno mismo: una pausa, una entonación o un volumen distinto. Es como ponerse el uniforme para una guerra que no se eligió, que no interesa, que no vale la pena pelear.
Es el funesto y forzoso fenómeno de la autorreferencia. El nombre actúa como una insignia vitalicia y prácticamente irrenunciable, y es el padre de sus iguales siniestros hijos: la nacionalidad, el partido político, el origen, el sexo (¡qué necesidad no reproductiva existe, en clasificarse como la o el, siendo que todos podemos serlo!).
Entonces, la nominación es para un recién nacido la primera de una seguidilla de cárceles, una sentencia de presidio perpetuo, y como toda cárcel, actúa mediante la privación de libertad. ¿La libertad de qué? ¿De actuar como Pedro, sentir como Juan, pensando como Diego? ¿Una sentencia como castigo por haber nacido?
Por todo esto, el revelar un Nomen Nescio no es un descubrimiento, sino un ocaso: junto con su nominación inevitablemente viene la muerte del espíritu del no nombrado. Sus ideas pueden o no seguir, pero al asociarlas con una figura real nuestra percepción de ellas se limita a su masa corporal, su figura, su currículum y todo aquello que reduce nuestro rango visual de lo verdaderamente cierto o esencial.
El nombre, como todas las palabras, es un fiel ejemplo de que el lenguaje no crea realidades, sino que las destruye. El lenguaje es en realidad un herramienta útil, capaz de plasmar situaciones con inmensa belleza, pero siempre posterior a la existencia del objeto mismo y de la sensación. En términos simples, nadie siente más amor cuando dice que ama, ni sabrá amar mejor por ocupar la palabra. El lenguaje es una tragedia misma, cuanto más representa la mentalidad del ser, más la opaca, provocando que las cosas más puras y vivas son las que nunca se han dicho.